domingo, 17 de abril de 2011

El pecado de una iguana - Carlos Roa

Enlace al artículo en Querre Querre

Sí, suena a melodrama. Es la intención. Pero es que lo que provoca es denunciar cómo el aparataje comunicacional de un gobierno todopoderoso la emprende contra un animalito inocente.

Imaginemos algo así como: "acusada de un crimen que jamás cometió…" Sí, por ahí va la cosa. Porque eso del cuento de la iguana masca cables culpable de los apagones nos provoca suspicacias a unos cuantos.

Digamos que la línea eléctrica no fue mordisqueado por el reptil en cuestión. Más bien fue uno de tantos millones de venezolanos que se está comiendo un cable. O sea, pan nuestro de cada día. Y que la pobre heroína de nuestra tragedia solamente se acercó a curiosear la escena del crimen.

Ahí mismo fue atrapada por Poli Iguana. No le reconocen sus derechos procesales (si no se los reconocen a la gente, qué queda para la fauna) y, como en Los miserables de Víctor Hugo, la susodicha pasa a ser la miserable de Hugo Rafael. Escapa y recorre todo el país para probar que no es la culpable de aquel horror y poder volver a estar al lado de sus iguanitos e iguanitas, quienes no deben quedarse solos ni solas porque pueden escuchar una cadena o cadeno con lenguaje o lenguaja subido de tono o tona en horario todo o toda usuario o usuaria.

Y así, la proscrita debe sortear toda clase de obstáculos: apagones imaginarios, sensación de inseguridad, hospitales veterinarios sin insumos, dólares a 9 bolos (perdón, esto va censurado), escasez de cabillas y cemento, pisotones en el Metro, mototaxistas sin casco y demás calamidades que agobian a cualquier iguana que protagonice una telenovela venezolana.

El dramático es un rotundo éxito. Se lleva en los cachos (¿las iguanas tienen cachos?) a las dos telenovelas más exitosas de la competencia: La iguana joven y Que la iguana me explique. Las calles de Venezuela quedan vacías a las 9 de la noche; pero no por el imperialismo salvaje de la chorocracia, sino porque todos sintonizan El pecado de una iguana.

Los directivos de Iguanavisión, emocionados, exigen al estresado autor que alargue el culebrón. Así es como –en la ficción, obviamente- el gobierno ofrece entregar la prófuga a Colombia a cambio de Mackled. Los numeritos del rating traspasan el techo. Finalmente la batuqueada prota, con aire a Lupita Ferrer (pero un poco más verde) y cierto dejo de Lila Morillo, encuentra al verdadero culpable, quien devolvió el cable que había engullido en medio de una indigestión terrible que le provocó el saber que Ollanta iba arriba en las encuestas en Perú. Entrega el cuerpo del delito en la Defensoría del Pueblo (aquí cabemos todos, incluso las iguanas) y su honra queda limpiecita como un sol, cortesía del limpiador de pocetas aquel.

Se comenta insistentemente que Juana la Iguana aspira al rol principal.

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