jueves, 20 de junio de 2013
Un país a oscuras por Víctor Maldonado C.
Por víctor maldonado
Todos los socialismos son iguales en términos de sus resultados. Uno de ellos resulta escalofriante: la oscuridad, y el regreso a esa vivencia fantasmal y penumbrosa que niega el progreso y somete a los ciudadanos a la superstición y la incertidumbre. Recuerdo la década de los 60´s cuando con mi familia íbamos a visitar a los abuelos. El páramo del Zumbador era, para la época, territorio invicto, ajeno al desarrollo nacional y estampado de casas de bahareque y acequias que cesaban al caer la tarde. A partir del ocaso se imponía ese mundo mágico en el que cualquier cosa podía ocurrir, desde machetazos arteros hasta las apariciones de las ánimas de los finados de la comarca. Todo eso culminó con la llegada de los bombillos y las casas provistas por el Instituto de Malariología. Así arribó el país moderno, iluminado, integrador, lleno de oportunidades y de cosas por hacer. Llegó la luz y toda esa zona del municipio Cordero del Estado Táchira comenzó a ser buena para la industria de las flores.
El siglo XXI es otra cosa. El Estado está dedicado a negociar un racionamiento que nos pretende una sociedad inmóvil, como si la inercia demográfica no existiera, como si se pudiera asegurar trabajo productivo sin la disposición de los factores productivos. Cuando Chávez llegó al poder éramos 23.242.431 habitantes y una capacidad de generación y distribución eléctrica que ya requería acelerar las inversiones y tener mucho cuidado con el mantenimiento. Todas esas previsiones fueron desechadas y el inefable Giordani nos zarandeó a todos entre los delirios del eje Orinoco-Apure y el desprecio olímpico por la hidroelectricidad. Chávez, como siempre, escaso de realidad, asumió que la electricidad estaba allí, en el gas y la inmensa riqueza petrolera. Ya sabemos que en los últimos 14 años lo que hemos acumulado son razones para el colapso, y que hemos pasado de ofrecer el faraónico proyecto del gasoducto del sur a comprar resignadamente el gas y la electricidad que nos pueda vender la vecina Colombia.
Pero ahora somos más. En este largo periplo del socialismo la población venezolana ha crecido en un 21.10% para superar los 28 millones de habitantes, lo que supone más retos de crecimiento económico, a pesar de la devastación de nuestro sector productivo y de los desincentivos a los que sometemos a las empresas venezolanas. 5.7 millones de familias pugnan por consumir poco más del 31% de la electricidad generada, mientras que el sector productivo, público y privado se pelea por el resto.
Sin embargo, hay un problema. Necesitamos más empresas, más industrias, y por lo tanto, más electricidad. La receta de Jesse Chacón es, empero, la contraria. Niega el servicio eléctrico a los nuevos negocios, incrementa las tarifas residenciales e insiste en el ahorro “lochero” de la electricidad, pero no se pasa por la idea de que necesitamos multiplicar y no sustraer. Por ejemplo, 60 mil nuevas empresas significarían un incremento del 11,60% del consumo actual del comercio nacional. Recuperar las empresas básicas y rescatar el parque manufacturero que teníamos al inicio del chavismo requeriría una dedicación de al menos el 40% del total de energía producida. Si quisiéramos duplicar nuestra capacidad manufacturera necesitaríamos de inmediato poco más de 7 mil MW adicionales. Y en caso contrario estaríamos condenando al país al subdesarrollo, el desempleo, la desinversión y la extensión de la pobreza. Por cierto, no hay turismo posible si la expectativa es la oscuridad y la prestación limitada de los servicios. La debacle del oriente del país y de la isla de Margarita tiene que ver precisamente con el hecho de que el Estado venezolano no los suministra de manera continua y confiable.
Un abandono crítico como el que ha sufrido el sistema eléctrico nacional no se resuelve porque llueva o vivamos de apagón en apagón. La pregunta es si el corsé al desarrollo se mantendrá hasta el 2021. Y si no es así, ¿qué piensan hacer al respecto? porque detrás de esto hay decisiones difíciles y costosas para contrariar lo que hasta ahora ha logrado un gobierno que ha insistido en una receta de incapacidad, corrupción y malas sociedades con países y empresas que no tienen experiencia alguna en estas lides. Se han perdido años que bien invertidos nos hubiesen colocado en la ruta de la solución. Pero no fue así. Un Chávez moribundo fue hasta el final causa y efecto del colapso que ahora estamos viviendo. Una ideología estatizadora y arrogante concentró todos los riesgos en la incapacidad y los delirios ultrosos de los planificadores del régimen. Ahora el daño está hecho y nos toca “pasar la dentera”.
Nicolás deberá tomar dos decisiones sobre el uso que le va a dar a la energía escasa y costosa que todavía producimos: Si la invertimos para producir o si va a seguir operando una administración populista del déficit. La segunda decisión es incluso más compleja porque tiene que ver con una apuesta de largo plazo: Si seguimos insistiendo en la hidroelectricidad o si vamos a seguir sacrificando hidrocarburos para apuntalar esa maraña de improvisaciones que montaron los cubanos.
Restringir el suministro eléctrico a las regiones nos coloca en el dilema moral de la inequidad. Regiones pobres serán más pobres. Y tendrán menos perspectivas de futuro a la par de que significarán mayores problemas de gobernabilidad. Por eso es que no hay atajos. Por eso es que Jesse Chacón está profundamente equivocado: La solución es proponernos duplicar la generación, y actualizar la red de transmisión y distribución. Esto requiere reprofesionalizar el sistema institucional y abandonar el populismo centrado en el compadrazgo, el nepotismo y la conciencia revolucionaria, pero sin talento, sin capacidad, ni experticia técnica suficiente para comprender el problema e intentar una solución que no nos condene a la oscuridad por décadas.
Pero hay algo más. Tenemos que volver a apostar a la infraestructura del país y debemos hacerlo sobre la base de algunas prioridades. 1.6 mil millones de dólares cuesta producir un MW. Tenemos que afrontar el reto de financiar un sistema que requiere poco más de 20 mil millones de dólares para emparejar el déficit y darnos la holgura productiva que necesitamos. Pero ¿qué está haciendo el régimen? Comprando aviones, armas de guerra, manteniendo las onerosas condiciones del ALBA, y contratando con los lusitanos una autopista cuyo costo es de 4.787 millones de dólares. Ya sabemos que el resultado va a ser el vacío de realizaciones concretas y un impulso a esa corrupción que nos tiene en los estertores del colapso. Nicolás heredó de su predecesor una inconsciencia temeraria junto con una irresponsabilidad antológica. Eso sí, con un inmenso desparpajo para inventar excusas que los ha hecho flotar hasta traerlos a estas orillas de la pasiva inconformidad nacional.
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